LA MADUREZ ESPIRITUAL

29.12.2011 18:49

El deseo del corazón de Dios es que cada discípulo de Cristo llegue a ser como su maestro, pero para que este propósito se lleve a cabo, Dios tiene que usar: circunstancias, personas, presiones, pruebas y sufrimientos en nuestra vida. Lo que Dios desea hacer con todo esto, es despertarnos por medio del Espíritu Santo; Él comienza a tocar nuestros corazones, comienza a mostrarnos una profunda necesidad de cambiar, para que lleguemos a ser más como Dios. Un ejemplo claro y perfecto de esto lo tenemos en Isaías 6:1-8:

Isa 6:1

Isaías tiene una visión en el templo

Yo, Isaías, vi a Dios sentado en un trono muy alto, y el templo quedó cubierto bajo su capa. Esto me sucedió en el año en que murió el rey Ozías. Vi además a unos serafines que volaban por encima de Dios. Cada uno tenía seis alas: con dos alas volaban, con otras dos se cubrían la cara, y con las otras dos se cubrían de la cintura para abajo. Con fuerte voz se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Dios único de Israel, el Dios del universo; ¡toda la tierra está llena de su poder!» Mientras ellos alababan a Dios, temblaban las puertas del templo, y este se llenó de humo. Entonces exclamé: « ¡Ahora sí voy a morir! Porque yo, que soy un hombre pecador y vivo en medio de un pueblo pecador, he visto al rey del universo, al Dios todopoderoso». En ese momento, uno de los serafines voló hacia mí. Traía en su mano unas tenazas, y en ellas llevaba una brasa que había tomado del fuego del altar.  Con esa brasa me tocó los labios, y me dijo: «Esta brasa ha tocado tus labios. Con ella, Dios ha quitado tu maldad y ha perdonado tus pecados». Enseguida oí la voz de Dios que decía: « ¿A quién voy a enviar? ¿Quién será mi mensajero?»

Es cuando Isaías contempla la santidad perfecta de Dios, que el reconoce su propia suciedad, y queda como muerto, es en ese mismo momento en que el fuego de Dios quemo toda escoria de su vida, ese fuego que limpia y elimina toda impiedad de nuestras vidas, ese fuego purificador que nos deja como Dios quiere que seamos, ese fuego que nos prepara para servirle a un Dios Vivo, Santo y Perfecto.

Necesitamos ser bautizados con fuego por el Espíritu Santo (Mateo 3:11-12  »Yo los bautizo a ustedes con agua, para que demuestren a los demás que ustedes ya han cambiado su forma de vivir. Pero hay alguien que viene después de mí, y que es más poderoso que yo. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. ¡Yo ni siquiera merezco ser su esclavo!

El que viene después de mí separará a los buenos de los malos. A los buenos los pondrá a salvo, pero a los malos los echará en un fuego que nunca se apaga.»), necesitamos tener un encuentro con la santidad y poder de Dios.

Este bautismo con fuego significa que el creyente es purificado o santificado como el oro es refinado en el fuego y debería ocurrir cuando estamos en oración todos los días, al encontrarnos con Jesús y su Santidad, sin embargo muchos creyentes no permiten que  Dios haga esta obra de purgar o purificar su vida, muchos creyentes continúan su vida cristiana, aún hasta la muerte sin ser quemados por el fuego purificador del Espíritu Santo.

Necesitamos entregar nuestra vida desde el comienzo a Dios, si no ha sido así necesitamos encontrarnos con Él otra vez, y dejarle guiar nuestras vidas por medio del Espíritu Santo, dejar que Él limpie nuestras vidas y que nuestro corazón se prenda con el fuego del Espíritu Santo.

Fueron estas llamas las que aparecieron el día de Pentecostés, fueron vidas totalmente ungidas y purificadas por el Espíritu Santo las que cambiaron el mundo de aquel entonces (Hechos 2:1-4) “SIETE SEMANAS DESPUÉS de la muerte y resurrección de Jesucristo llegó el día de Pentecostés. Los creyentes que se reunieron aquel día escucharon de pronto en el cielo un estruendo semejante al de un vendaval, que hacía retumbar la casa en que estaban congregados. Acto seguido aparecieron llamas o lengüetas de fuego que se les fueron posando en la cabeza.  Entonces cada uno de los presentes quedó lleno del Espíritu Santo y empezó a hablar en idiomas que no conocía, pero que el Espíritu Santo le permitía articular.”

Si el fuego del Espíritu Santo está en nuestros corazones, entonces cuando conozcamos a otras personas algo de ese fuego tocará la vida de otros, así como vivió Jesús durante el periodo de su ministerio, la gente podía ver la señal de Dios en Él, cuando le tocaban la gente sabía que había tocado al mismo Dios.